El talento no se crea ni se destruye…
Los deportes pueden estar muy desgastados para ilustrar lo que sucede en las organizaciones, pero son modelos muy claros que nos ayudan a entenderlo. Por eso pienso en personajes “fuera de serie” como Tom Brady, Pelé, Lionel Messi, Michael Phelps, Mark Spitz, Max Verstapen, Ayrton Senna, Rafael Nadal, Fernando Valenzuela, Simone Biles, las hermanas Williams y tantos otros que simplemente nos dejan la boca abierta y los ojos cuadrados.
¿Qué es lo que convierte a estas personas en genios fuera de lo normal? Mi gurú en temas de liderazgo, Mario Alonso Puig, dice que “el líder no se hace, se entrena”, o sea, ni nace ni se hace, se entrena. Y eso mismo pasa con esos grandes genios deportivos, nacieron con un talento, entrenar les da la habilidad y la perseverancia los hace genios.
Todas las personas tenemos talentos naturales con los que ya nacemos. Sí, TODAS las personas. Por más que alguien siente que no nació con estrella, sino estrellado, hay algo que sabe hacer muy bien, pero tal vez aún no lo descubre. Por eso, el talento no se crea ni se destruye… pero sí se pierde o se mejora.
Existe una definición de talento que me encanta que dice que es “la inteligencia o destreza natural con la que cuenta un ser humano. Es en lo que alguien es bueno sin que haya sido previamente capacitado” ¡No he encontrado definición más atinada!
Nacemos con habilidades especiales para pocas cosas y algunas muy específicas, nadie puede ser genial en todo, eso es lo que nos complementa y construye la riqueza en las organizaciones y en los equipos de trabajo. Literalmente, lo que alguien no sabe o no puede hacer, lo puede hacer alguien más.
Pero ese talento, después de descubrirse, tiene que pulirse para que surja la habilidad y, con más esfuerzo, el genio. Los grandes nunca han sido personas que se quedan con lo que tienen, o que saben sus talentos y los dejan como están. ¡No! Los grandes reconocen sus talentos y trabajan cada día en mejorarlos.
No podemos imaginar a Brady pensando: “Ese pase me salió bien, ya quedó, así lo haré en el Superbowl”, o a Phelps diciendo: “Ya nadé mucho hoy y bajé mi tiempo, yo creo que para los olímpicos me sale igual”. Por el contrario, son personas que no dejan que pase un día sin buscar superarse ellos mismos, porque saben que un día que no trabajen, les puede costar cinco años de entrenamiento diario.
En los equipos de trabajo dentro de las organizaciones pasa igual. Se contrata a las personas porque tienen cierto conocimiento que es necesario o tienen alguna experiencia que sirve a la empresa, pero más allá de los conocimientos técnicos, hay talentos que la organización debe detectar, fomentar y formar para que las personas se sientan motivadas y puedan aportar todo su potencial, más allá de su pericia técnica.
Cuando tengo oportunidad de trabajar con grupos en temas de liderazgo me inquietan comentarios como: “Es muy difícil”, “Es que la gente no quiere” “Se los digo muchas veces y no me entienden”. Mi respuesta ante ello es, como si se tratara de un deportista de alto rendimiento: El talento hay que trabajarlo todos los días, tomar un curso no te va a hacer mejor si no lo procuras y lo pones en práctica cada día.
También alguna vez escuché que alguien dijo (confieso que no recuerdo quién fue), que la dirección de desarrollo debería estar al mismo nivel que las direcciones sustantivas, es decir, comercial, financiera, operativa, etcétera. Porque la organización que valora el conocimiento de su personal de la misma forma en que valora los ingresos y las ventas que tiene, habrá entendido que el verdadero activo importante es aquello intangible que tienen las personas dentro de sus cabezas y sus corazones, y que sólo estarán dispuestas a darlo si sienten que aportan y que es relevante. Además, la verdadera inversión de los negocios, más que en máquinas, tecnologías o líneas de producción debe ser en la gente que va a aplicar su inteligencia y su destreza en toda esa infraestructura.
El talento, como cada órgano de nuestro cuerpo, si no trabaja, se atrofia.
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