“Investigar es crear nuevo conocimiento”. Neil Armstrong
Hay un dicho popular muy usado que reza: lo que no se mide no se puede mejorar. Y tanto en la vida cotidiana como en el ámbito profesional esto es completamente cierto.
No en vano una de las características más importantes que debe tener un objetivo cuando se define es que sea medible, además de específico, alcanzable, realista y que contenga un plazo de ejecución.
En situaciones y contextos cotidianos no medir puede llevarnos a tomar decisiones equivocadas, que en la mayor parte de las ocasiones no serán demasiado graves o no tendrán consecuencias catastróficas.
En el ámbito profesional, y dependiendo de la labor que se desempeñe, la industria a la que se pertenezca y el nivel de decisión que se tome, las consecuencias de una mala decisión pueden ir desde las imperceptibles hasta las catastróficas. Imaginemos a un piloto en pleno vuelo que omite verificar el altímetro, o a un financiero que toma una decisión de inversión en moneda extranjera sin antes realizar un análisis del mercado cambiario.
En el ámbito corporativo normalmente se busca tomar decisiones con base en información objetiva, confiable y oportuna. Y para la mayor parte de las áreas esto resulta cotidiano y sencillo, pues normalmente la información se genera, se sistematiza y se analiza continuamente. Pensemos por ejemplo en los estados financieros, los reportes de productividad, las matrículas e índices de retención en el caso del sector educativo, etc.
Pero ¿qué pasa cuando aquello que queremos atender o mejorar no se mide cotidianamente? ¿O no sabemos cómo medirlo? Los responsables de las áreas de talento de las empresas tienen entre sus manos la responsabilidad de dar seguimiento y asegurar las mejores condiciones para el recurso más importante de la empresa: su gente. Y muchas, las más de las veces, se toman decisiones sin realmente entender qué pasa, qué queremos mejorar o incluso sin saber si lo que hemos hecho antes ha impactado o no a nuestro talento y de qué manera.
Es aquí donde la investigación organizacional cobra especial relevancia y donde atiende un reto interesantísimo: ¿cómo medir intangibles? ¿Cómo sé qué siente, piensa y quiere la gente que trabaja para la empresa? Y, sobre todo, ¿cómo lo hago sin generar una expectativa que podría no cubrir más adelante? Porque sí, indiscutiblemente, cualquier proceso de investigación organizacional representa, en sí mismo, una intervención.
Dado que el reto no es sencillo, muchas veces se opta por mejor no investigar y se toman decisiones con base en la experiencia, la intuición y el presupuesto. Y las cosas pueden salir bien, desde luego, pero también pueden salir muy mal.
La recomendación siempre es investigar. Diagnosticar. Comprender antes de tomar una decisión. Y sí, existen herramientas y metodologías de investigación organizacional diseñadas específicamente para abordar estos retos, que permiten obtener la información que se requiere, estableciendo un parámetro muy claro con los colaboradores, de manera que las expectativas se mantengan bajo control.
Y lo ideal es definir con claridad qué se necesita saber para abordar el reto y, a partir de ahí, diseñar la investigación y definir las metodologías que permitirán obtener el tipo de información que estamos buscando.
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